Todavía recuerdo como si fuera ayer cuando empecé a salir con Caroline, hoy ya esposa. Fueron momentos en los que estuvimos bastante separados por la distancia (ella es de Francia y allí vivía) y, con escasos recursos como teníamos, lo de vernos se reducía a muy pocas veces al año.
Cuando nos veíamos solían surgir momentos en los que el silencio se apoderaba del espacio. A mi, un chico del sur acostumbrado al jaleo, ese silencio se me hacía de lo más incómodo: “¿Estará molesta por algo?” o “¿En qué estará pensando?” Eran preguntas que, con el paso del tiempo, le preguntaba abiertamente cuando me asaltaban estas dudas. Ella siempre me respondía lo mismo: No. ¿Por?
Al final no sólo me fui acostumbrando a esos momentos de silencio, sino que aprendí a disfrutar de ellos. Empecé a entender que no había por qué rellenar de ruido esos momentos de silencio en los que uno estaba pensando en sus cosas o simplemente disfrutaba del “no pensar” (aunque esto último a mi me resulta harto difícil).
El silencio no es sólo la ausencia total de ruido, también “significa la abstención de hablar en la comunicación humana. Y, sin embargo, que no haya sonido alguno no siempre quiere decir que no haya comunicación”, reza la Wikipedia sobre el significado de esta palabra.
Es curioso como, con el paso del tiempo, he ido trasladando la belleza y elegancia del silencio a otros contextos. Y al final, por pura deformación profesional, lo exporto a muchos aspectos de mi profesión y estilo de vida.
Para mi, un servicio de atención al cliente telefónico representa la antítesis de todo lo que estoy comentando. A día de hoy no conozco ninguno que reúna todos los ingredientes de una experiencia 10, que para mi (vuelvo a insistir) son las combinación con más o menos éxito de tres variables: la resolución de tu problema, la profesionalidad del que te atiende y cómo gestionan los momentos de espera mientras realizan sus consultas. Para esto último, para rellenar esas pausas, casi todos tiran de hilo musical de dudosa calidad, con cacofonías intercaladas, y ruídos de fondo que empeoran el ya difícil de asimilar hilo. Yo siempre pido que no me lo pongan cuando me piden “un momento, por favor”, pero casi nunca tengo suerte.
En muy contadas ocasiones, con un banco concretamente, he disfrutado de la espera. Tras el “un momento, por favor” reinaba el silencio, intercalado cada cierto tiempo por un “sigo aquí, trabajando en tu consulta” e incluso un “estoy a punto de terminar, enseguida estoy contigo”. Lo encuentro mucho más natural, más profesional y estoy seguro que hasta más barato. Porque supongo que estos hilos musicales se pagan, ¿no?
La imagen que acompaña este post es un simple silencio de negra. El silencio es bonito hasta cuando se escribe sobre un papel.
Gracias Caroline.