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Siempre me ha sorprendido la cantidad de oficinas en las que me encuentro dos o tres paquetes de folios apilados para aumentar la altura del monitor. El detalle suele ser especialmente frecuente en oficinas de organismos oficiales, ni idea del porqué.

A pesar de ser un método efectivo – la postura en el trabajo es fundamental – me parece una chapuza como la copa de un pino. Y dice mucho no sólo de la empresa que compra cualquier monitor, que le preocupa medianamente la salud de su trabajador, sino también de quién está detrás de la fabricación de estos monitores. Me cuesta creer que no sea posible aumentar la altura en los monitores sin que el usuario final el que tenga que recurrir a este tipo de soluciones caseras. Para mi equivale a encontrarse en un almacén de logística algo parecido a esto:

Un monitor es un aparato frente al que millones de personas pasan horas y horas. Creo que los fabricantes tienen una masa de usuarios lo suficientemente grande como para darse cuenta de que una altura decente del monitor es un detalle a tener en cuenta en su proceso de fabricación, sobre todo cuando se trata de prolongar la altura del soporte, no estamos hablando de detalles técnicos que supuestamente debe suponer más costes.

Algo similar ocurre con el giro de los monitores, aunque este detalle es un poco más profundo: la mayoría de estos monitores no permite el giro de horizontal a vertical, cuando en Internet (y en muchos programas de software) tiene todo el sentido del mundo tenerlo en vertical. ¿has pensado la cantidad de minutos que ahorrarías sin tener que hacer scroll?

Personalmente, creo que más que incrementar la altura del monitor lo que deberíamos hacer es trabajar más horas de pie. Llevo más de un año trabajando de esta manera (a veces de pie, a veces apoyado sobre un taburete) y no puedo estar más contento con la decisión. No hace falta irse a mesas revolucionarias (la de Ikea, de las más baratas, supera los 400€). Un buen carpintero puede ayudarte a mejorar tu espalda aumentando la altura de las borriquetas con un buen par de tablones de madera de pino.

Con frecuencia, cuando me acerco a un punto de reciclaje y me pongo a colocar lo que traigo en sus correspondientes contenedores, me suelo cruzar con algún vecino portando su bolsa. Muchos de ellos la arrojan directamente al contenedor de toda la vida, o al que esté menos lleno. El sonido y la forma suelen delatar que el contenido de la bolsa no es precisamente orgánico. Aquí dejo de lado a los ingenieros que tiran al contenedor de papel la bolsa de plástico en la que traen los mismos. De nota.

A mi se me pone de repente una cara de bobotonto bastante importante. Toda la semana prestándole atención a colocar las latas en su sitio, las botellas por otro lado, a quitar los tapones y tapas, a enjuagar las cosas que tienen restos o salsas, a si cariño esto es plástico o basura normal… Toda esa atención y mimo a esto del reciclaje para que llegue un vecino y en dos minutos esté de vuelta a casa, con la pierna cruzada.

En esos momentos pierdo la esperanza y me pregunto si esto del reciclaje tiene sentido tal y como está planteado a día de hoy. Cuando alguno de nosotros tiene este tipo de comportamiento para mi deja de tenerlo  (porque implica un proceso de calidad posterior para separar la basura de aquellos que no lo hicieron bien en su momento). Y os voy a contar un secreto: yo también lo hago mal muchas veces, lo sé.

Esto es fácil decirlo, soy consciente, pero para mi este proceso está mal diseñado de principio a fin, ni funciona ni nos motiva hacerlo. Pienso que gran parte del trabajo del reciclado se le está transmitiendo al consumidor, sin que exista un proceso bien definido, con unas instalaciones – dentro y fuera de casa – mal planteadas (contenedores lejos del domicilio, a veces faltan contenedores y la eterna falta de espacio en casa), y lo más importante quizás: que deja de lado a los que producen estos envoltorios, los fabricantes: cuántas y cuántas veces habré pensado «joder, ¿para seis tomates semejante packaging? Yo soy el primero que no quiere tanto envoltorio, pero no queda más remedio que aceptarlo cuando compras.

Reciclar suena idílico, innovador, revolucionario, ecológico por supuesto, pero al menos en nuestro país da la sensación de estar hecho deprisa y corriendo, de mala manera, sin pensar como es debido en el día a día de todos aquellos que nos encargamos de reciclar.

Me gustaría encontrar razones de peso para seguir haciéndolo, porque si os soy sincero, ya he perdido la esperanza…

Por cierto, el logo, que nunca se patentó, tiene más de 40 años y es obra de Gary Anderson.

Casi siempre que hago uso de una calculadora es para hacer operaciones sobre la marcha: cálculos rápidos que no soy capaz de hacer de cabeza. Por regla general uso la del móvil o la que viene por defecto en mi portátil.

No sé vosotros, pero yo soy de los que se equivocan frente a este aparato de manera recurrente (de ahí mi manía personal de repetir dos o tres veces la misma operación, por si las moscas). Y prácticamente siempre acabo en silencio mirando a este par de teclas: C y AC. Que también mutan a CE o incluso a las dos opciones bajo un mismo botón C/AC.

Después de años y años conviviendo con la calculadora en todo tipo de situaciones, aún tengo que pararme a pensar qué es lo que hace cada una de ellas, justo lo que no quiero hacer: pensar. Sé que las dos borran, pero una de ellas lo hace con más potencia. Sé que las dos eliminan lo que tengo en la pantalla, pero siempre tengo la duda sobre si sólo me borran el dígito de la pantalla o también se cargan la operación que tenía marcada. Así que ante la duda siempre acabo dándole varias veces al botón más potente, el AC, y empiezo de nuevo la operación. 

C viene de «Clear», y sirve para borrar el número que acabas de introducir en la pantalla. Y AC viene de «All Clear» y digamos que equivale a un reset. Para mi sería fabuloso que C fuera un simple «Volver atrás» y AC un «Clear» a secas. Creo que son esos dos «Clears» tan peligrosamente juntos los que hacen que siempre tenga la misma duda.

En fin, herencias digitales del pasado que aún siguen conviviendo con nosotros y que, como el teclado QWERTY, no tienen pensado marcharse de nuestro mundo.

Si con algo tan simple como un par de botones de calculadora me lío imaginaros con otras cosas. Decidme al menos que a vosotros también os pasa lo mismo, por favor…

«Tengo ciertas debilidades por mis hijos, como puede ver. Hablan cuando deben escuchar». 

En la película de El Padrino Don Corleone le responde de esta manera a Sollozzo, después de la agitada reacción de su hijo Sonny mientras negociaban ciertos asuntos oscuros. Al viejo Corleone no le faltaba razón…

La gente que más me conoce sabrá que desde hace ya unos años emprendí un viaje vital del que he aprendido en muchos aspectos,  principalmente en aquellos vinculados a las personas y su comportamiento. Hay uno de ellos que me llama especialmente la atención: se trata del simple hecho de escuchar.

Desconozco si es algo que empieza a verse con más frecuencia ahora que en tiempos pasados. O si es algo que uno va adquiriendo conforme cumple años. O si la culpa la tienen los videojuegos (ahora que suelen ser los culpables de muchas cosas…). Hay incluso estudios que sostienen que se trata de una habilidad innata, como aquel que habla varios idiomas o sabe jugar bien al futbol desde pequeño.

Lo que tengo claro es que una de las cualidades del ser humano moderno es el mero hecho de hablar de uno mismo, pero sin escuchar, el autobombo personal. Una especie de lucha entre personas que busca el reconocimiento del otro y que deja de lado lo más bonito de la comunicación humana: el saber hablar y el saber escuchar, sin interrupciones, sin afán de superar al contrario. Nos hemos vuelto individualistas en las conversaciones y hemos perdido el interés por la persona que tenemos enfrente.

No soy, desde luego, el mejor receptor del mundo, estaría bueno. Pero en este viaje vital me he propuesto hacer ese esfuerzo, el de aprender a escuchar, prestar más atención a la persona con la que converso . Tengo una profesión que además me pide de esa faceta y no quiero perderla de vista.

Al final lo de pasar la tarde con un paisano y la pierna cruzada viendo pasar las horas tiene todo el sentido del mundo.

Más allá de la cuestionada utilidad de estos dispositivos, si hay algo que me llamó la atención del iWatch en su lanzamiento oficial fue la ausencia de dedos, de interacciones reales entre las manos humanas y el dispositivo en cuestión.

Si te das una vuelta por los vídeos oficiales de otros productos de Apple, como el del iPhone 6, enseguida empiezas a ver dedos toqueteando el dispositivo, a gente usándolo en situaciones reales. El iWatch, por el contrario, flota siempre sobre un fondo blanco, sin más.

Creo que la decisión de prescindir de los dedos pone encima de la mesa la principal desventaja de este tipo de dispositivos: la escasa dimensión de su pantalla que hace ridícula su interacción con los dedos y que, casi de forma obligada, lleva a enfocarlo como un aparato de consulta, con interacciones muy básicas.

Para que tu mismo lo compruebes: Vídeo oficial del iWatch y el vídeo oficial del iPhone 6.

Me sorprende la cantidad de aplicaciones móviles que no se preocupan ni una pizca en gestionar como es debido el tema de la valoración de su app. A día de hoy la «moda» consiste simplemente en mostrar un mensaje en plan popup pidiéndote que valores la app, enseñando este mensaje cada cierto tiempo, con un botón que te lleva directamente al Play Store o Apple Store. La mayoría de los usuarios que conozco, cuando se encuentran con este tipo de mensajes pidiendo valoración, simplemente lo cierran, no lo tienen en cuenta.

La valoración de una app es una de las principales referencias que tienen los usuarios a la hora de descargarse y empezar a usar una app. En este simple detalle reside muchas veces el éxito de app, sobre todo si está arrancando y aún tiene poca tracción. Sin embargo, casi nunca está bien planteado el proceso de solicitud de valoración.

Hay ciertos detalles que es importante conocer a este respecto. Veamos:

  1. El primero de ellos reside en cómo pedimos esa valoración. Una popup es algo intrusivo, que el usuario no espera, y tienen connotaciones negativas. Ocurría en desktop y en móvil pasa exactamente igual. Si me encuentro con una app pidiéndome valoración, probablemente por la forma en la que aparece esta solicitud, mi valoración será menos positiva o directamente negativa, por pesados.
     
  2. Solicitar una valoración de una app debería plantearse desde otra perspectiva: pedirla cuando el usuario ha realizado una acción con éxito dentro de tu app (cuando se encuentra satisfecho) y que justo en ese momento, pidamos esa preciosa valoración.
     
  3. Luego está la forma en la que se pide: ¿De verdad una popup o una «mosca» pidiéndote constantemente una valoración es la mejor manera? Creo que no. Lo ideal es que esta solicitud se encuentre bien integrada dentro de la app, no como una popup, sino con una apariencia similar al de la app (como un elemento más en el listado de resultados, por ejemplo).
     
  4. Otro detalle: el copy, como siempre. Cada vez que leo «Valora nuestra app» me entra pereza y me sale caspa en el poco pelo que tengo. Qué tal si después de esa acción con éxito dentro de tu app preguntas simplemente «cómo te has sentido»? O, «¿te lo has pasado bien?». Probablemente esta simple vuelta de tuerca capte más la atención del usuario que el clásico (y casposo) «valora nuestra app».
     
  5. Y finalmente tenemos la gestión de ese feedback: la mayoría de las apps no bifurcan el feedback. Tanto si es positivo como si es negativo, lo vuelcan directamente en el Play o Google Store. Lo suyo es que si no estoy contento con tu app lo gestiones de manera interna, dentro de la misma, para que no entre a formar parte de la valoración en el Play o Apple Store, sino que a través de FAQ’s, feedback personalizado o de cualquier otra forma consigas darle la vuelta a ese feedback negativo (con imaginación y arte se puede, te lo aseguro).

El feedback que realmente interesa que se vea reflejado en el Play o Apple Store es el positivo. Es lo que todos queremos y lo que la gente busca. El negativo viene muchas veces por detalles técnicos puntuales (caídas de servidor, lentitud, cuelgues inesperados de la app…) que no nos interesa que se reflejen públicamente, sobre todo porque en muchas ocasiones se dan de manera puntual. Y qué pena que algo tan puntual se quede para siempre reflejado en las valoraciones, no? NO??

Dale una pensada a todo esto. En el fondo se trata de prestarle atención y un poco de cariño.