Internet. Tecnología. Personas. Desde el 2001.

ping@seisdeagosto.com

Dentro de nada hará prácticamente un año desde que Ilios.org empezó a coger forma. La idea nació con la creencia de que es posible sacar provecho de la agilidad que proporciona nuestra situación: sin oficinas, sin burocracias, sin jerarquías, sin bodyshopping, pero siempre con un portátil bajo el brazo, conectados.

En tan corto espacio de tiempo nos han pasado un montón de cosas. La más importante es que hemos sido capaces de demostrar que un grupo pequeño, con muchas inquietudes y sin infraestructura física, también es capaz de acometer grandes proyectos. Como comentaba hace unos años, la innovación no sólo es el resultado del uso de lo último. La innovación también puede ser el resultado de un uso más creativo de lo que ya existe.

Los clientes nos ven con curiosidad, sobre todo las grandes cuentas, como preguntándose cómo es posible que una red tan pequeña pueda hacer cosas de gran calado: Banco Santander, BBVA, Museo del Prado, idealista.com, SModa, Fundación Telefónica, aunque sólo podemos enseñar una parte de nuestro trabajo.

Pero todo esto no lo hacemos sólos: la base de Ilios es también una sólida red de colaboradores de confianza que aportan su saber hacer en otras áreas de conocimiento, sin ellos no podríamos hacer lo que hacemos (el incansable Julio Loayza, Jerónimo Mazarrasa, Ana Gasco, Blanca Fernandez o Álvaro Isorna).

Scott Belsky llama a este tipo de profesionales «radicales libres», y «los compara con estas moléculas porque, en química, este grupo de átomos son imposibles de movilizar y, precisamente por eso, sus posibilidades son infinitas». «Los radicales libres son fuertes y resistentes, autosuficientes y extremadamente potentes. Los encontrarás trabajando por su cuenta, en pequeños equipos o en grandes compañías. Están en todos sitios y están configurando el futuro», escribe Belsky en un post de obligada lectura.

Hemos recibido bastantes solicitudes de gente interesada en formar parte de nuestra red de confianza. Os pedimos paciencia: organizar algo que funcione como es debido requiere tiempo, esto es todo muy artesano… Necesitamos tener todo bien claro para poder seguir creciendo de forma orgánica. Pero desde luego nuestra idea es seguir creciendo, ¡cómo no!

Agus, Carlos, Rafa, Ignacio, brindo por todo esto 🙂

La autopista TF-5, el tramo norte de la isla de Tenerife, cuenta desde hace unos años con una iniciativa especialmente singular: cada cierto tiempo una persona (conocida como Anoniman) se molesta en construir textos sobre un cartel en el lateral de la vía, con letras generosas, para que todo el que pase por ahí pueda deleitarse leyéndolas.

Son frases cortas, muy sencillas y naturales, o simplemente palabras pero con muchísimo poder emocional: «A mi me gustan tus arrugas», «Tóquense», «Te espero en la cama», «Hay cosas difíciles de decir» o «Volver».

Los que cada mañana pasan por ahí sostienen que la experiencia de pasar por ahí tiene algo de mágico. Yo mismo he tenido la suerte de pasar en varias ocasiones por ese tramo y sorprende toparse con estos mensajes: no es sólo por la ubicación (en una ladera rodeada de chumberas) o por los mensajes en sí. Creo que lo más potente que hay detrás de todo esto es el simple gesto del anonimato, la intriga de no saber de qué persona salen estas cosas con tanta energía. Crea un aura especial que genera muy buen rollo…

Funcionar de manera anónima tiene su poder de atracción y si no que se lo pregunten a Chris Poole, fundador de 4chan (se dice que es uno de los sitios más oscuros del Internet), que hace unos días compartía su opinión sobre la identidad (no podía dar más en el clavo):

«La imagen de la identidad en línea normalmente se dibuja en blanco o en negro, quien eres en línea es quien eres en la vida real. Esa visión simplista de la identidad se complementa con una versión simplista del anonimato. La gente piensa que el anonimato es oscuro y caótico. […]

Pero la identidad humana no funciona asi, ni online y offline. Nos presentamos de manera distinta en distintos contextos y esa es la clave de nuestra creatividad y expresión. No se trata de “quién eres con” sino de “a quien compartes como».

Hay aplicaciones para móviles que también aprovechan el tirón de lo anónimo y lo están enfocando de tal manera que empiezan a ser herramientas de ayuda para personas desesperadas que buscan ayuda y consejos a sus problemas personales: una de ellas (quizás la más popular) es PostSecret.

En un mundo donde la ostentación y el llamar la atención está a la orden del día este tipo de actitudes son de agradecer. Que gente completamente desconocida se esfuerce por mejorar la calidad de vida de los que le rodean sin esperar absolutamente nada a cambio es digno, como poco, de mención.

Pásate por este vídeo y échale un vistazo a la visión de Anoniman sobre todo esto, verás este viernes de otra manera (YouTube, 5:02):

Hoy es viernes. Un viernes más. Estás deseando que llegue el finde para desconectar del trabajo y pasártelo bien, dedicarte a lo que más te gusta hacer, da igual lo que sea. La típica tarde donde hay poco que hacer en tu ofi (o no tienes las energías suficientes para afrontar algo que crees que cogerás con más ganas el lunes que viene).
Dedicarás gran parte de esta fabulosa tarde a darte una vuelta por un montón de webs, tratando de matar las horas que te quedan para soltar el ratón y lagarte a tu casa o tomarte unas cañas con los amigos. Quizás se te pase por la cabeza la cantidad de viernes que te esperan en tu vida como este, con la misma rutina y el mismo trabajo, pero se te pasará ese pensamiento tan pronto encuentres algo interesante que ver en tu pantalla.

En el fondo, tu trabajo te aburre y te motiva cada vez menos, al fin y al cabo no es tu empresa, pero ahí sigues «estás bien pagao, qué coño». Estás esperando a que pase «algo» en tu vida que dé un giro importante a esa rutina que, en función del día, te agobia más o menos, pero ya está, no hay más.

Pero ¿de verdad te has parado a pensar de verdad todo lo que te queda por hacer en esta vida? ¿Eres consciente de la cantidad de cosas que puedes llevar a cabo tú mismo? En lo más profundo sientes que eso es algo que sólo hace gente valiente, con espíritu «emprendedor», que tu no vales para esas cosas.

Pues permíteme que te diga una cosa: déjate de mandangas. No hay peor enemigo para hacer lo que quieres en esta vida que una nómina que supuestamente te garantiza esa estabilidad ficticia. Lo mejor que puede hacer uno en esta vida es conseguir sus sueños. Y para eso no hace falta tener madera «emprendedora», tan sólo necesitas algo de valor y pensar que, en el peor de los casos, después de haberlo intentado, puedes volver a la misma situación en la que estás ahora mismo: leyendo posts de gente que crees que vale más que tú.

No pierdas tu tiempo pensando que otros pueden hacerlo y tu no. Muy pocos de los que ahora mismo tienen proyectos de éxito pensaron que llegarían a ser empresarios, emprendedores, entrepeneurs o lo que sea. Si no estás contento con lo que estás haciendo ahora y no se te ocurre nada que crear prueba simplemente a hacer lo mismo pero por tu cuenta: te sorprenderá la visión que te da este pequeño salto a nivel vital y estoy seguro de que te ayudará a limpiar tu mente de dudas y temores.

Ser feliz contigo mismo no es estar bien pagado, sino hacer lo que de verdad de gusta hacer y conseguir esos pequeños retos que uno se plantea a lo largo de este corto viaje vital. Disfruta.

Ese día empezó estupendamente: cielo limpio y despejado, una temperatura fresca y agradable, con la sensación de haber descansado y dispuesto a comenzar la jornada con toda la energía que uno tiene para sacar la empresa adelante, «hoy te comes el mundo, tío».

Pero la cosa se empezó a torcer justo en el momento en el que cogí el teléfono y apreté estas cuatro teclas: 1004.

Llevaba días con esa tarea pendiente: solicitar la factura online, o la «e-factura», como lo llaman en Movistar, tratando de imprimirle a algo tan sencillo como una factura, un toque fresco, cool y actual a la par que casposo-noventero. Tras numerosas tentativas a través de la web del «Canal Cliente de Movistar», aguantando errores 404, cargas de página eternas o mensajes sin sentido, perdí toda la esperanza en el momento en el que, intentando acceder a una determinada sección, me salta un mensaje de error con lo siguiente:

«No ha sido posible realizar su petición. Imposible solicitar su factura online. Entre en www.canalcliente.movistar.es y descubra todo lo que tenemos para ofrecerle».

Solté el ratón, me puse bien las gafas, me atusé la barba y dirigí la mirada hacia la parte superior del navegador, a la barra de dirección, para comprobar qué url era realmente la que estaba ahí escrita. Y efectivamente, www.canalcliente.movistar.es. Pues eso, que perdí toda la esperanza, hasta la última gota.

«Voy a intentar resolverlo por teléfono».

Cuando uno toma esta decisión y coge el teléfono para hacer una gestión de este tipo, sabiendo que existe la posibilidad de realizarla por el canal web, de forma autónoma y sin ayuda de nadie, uno se siente de inútil, pazguato. Y quizás esa sensación de inferioridad, unida a la baja calidad del servicio, hacen que sólo con pensar que necesitas llamar a ese servicio te sientas deprimido, un lúser. Mientras pulsaba esas cuatro teclas ya empecé a incomodarme, pensando en quién se pondría al otro lado de la línea y cómo andaría de cubicaje profesional. Hablé con varias personas, colgué y volví a llamar varias veces, con la esperanza de encontrar otro tono y otra respuesta. Lo estándar era que todo se encontraba en la página web, pero ese era precisamente mi problema, que lo que buscaba no se encontraba en la famosa página web.

Una chica me derrumbó, literalmente. «¿Y qué navegador utiliza usted?». Pensando que Chrome sería algo de otro planeta simplemente respondí que «Firefox», pero así, como suena: Fire-Fox, para evitar maletendidos y erratas. «Un momentito por favograsias». Minutos más tarde, con la consulta resuelta, la chica me indica que «Don Juan lo siento, pero sólo soportamos sistemas operativos Windows o XP». Hubo una ligera pausa, tratando de asimilar la mandanga que me acababa de soltar: «Perooo… Señorita, eso que usted me dice no es ningún navegador». «Aha, pero sólo puede acceder por ahí», me dijo ella muy segura. La verdad es que llegados a este punto la mejor opción hubiera sido dar las gracias y colgar el teléfono, pero me atreví a continuar, desafiando el profundo conocimiento de soporte del Canal Cliente Movistar.

Traté de explicarle de forma sencilla la diferencia entre navegador y sistema operativo, en algo menos de 30 segundos. Y, tras preguntarle si lo había entendido, me espeta «pruebe con el Google», no «Gúguel», «Goo. Gle», pero tal y como. «Señorita, me está diciendo que para resolver el problema que tengo para descargarme las facturas tengo que irme a Google?». «Google es un buscador que también le puede valer. Y también Explorer». De repente la vista se me nubló, y empezaron a surgir relaciones inconexas entre palabras como navegador, e-facturas, sistema operativo, buscador y decidí darme por vencido. Lentamente me separé del teléfono, mirando cómo se alejaba, casi que escuchaba ecos de risas, y gente de call haciendo llamadas de fondo. Apreté el botón colgar.

El día había cambiado, había perdido ese brillo en los ojos que hora y media antes saltaba por delante de mis gafas.

Y hoy, humillado por la primera empresa del país, sobrevivo como soldado de fortuna, con la esperanza de vivir el día en el que encuentre a algún amigo informático dentro de Movistar y me permita poder descagarme esas facturas.

Canal Cliente de Movistar para Empresas, no lo olviden, a su servicio 24×7.

«Un momentito y le doy un recibo, ¿de acuerdo?». El responsable del taller donde me dispongo a dejar la Vespa para que le hagan una revisión como es debido no empieza bien la semana. Es lunes a primera hora y el hombre ya va bastante apurado, como que llega tarde a todo. Tiene unos 55 palos y da un poco la sensación como de que el puesto se le queda grande, la verdad.

Minutos antes, el mecánico, un zagal joven y bien dispuesto, me sugiere que le cambie también el tubo de escape, que no debería andar mucho más con eso así. «Te tendríamos que pedir uno nuevo, pero para eso tienes que dejarnos una señal, porque ya nos ha pasado lo de pedir piezas y que luego el cliente no aparezca… Déjasela al responsable, que está ahí en la ofi». Saco mi billete de 10 eurinchis, que es lo que me pide como seña, y pongo rumbo a la pecera, a la oficinilla, donde está este hombre a mil cosas a la vez.

Pues eso, que «un momentito y le doy un recibo, ¿de acuerdo?». Y tras un sonoro manporrazo sobre el Enter del teclado la impresora que está detrás de mi empieza a rugir como si fuera a levantar el vuelo. A los pocos segundos empiezo a notar que suelta hojas. Yo pongo la mano sobre el respaldo de la silla, apoyándome para prácticamente levantarme, intuyendo que el documento está fresco y listo. Pero estás equivocado, Juan. Aquí te queda un ratín más…

«La madre que parió a la puñetera impresora» – suelta en voz alta, pero como si fuera para sus adentros -, «lleva desde el viernes soltando hojas que no son». Y mientras dice esto empieza a darle a varias teclas de la impresora a la vez, y la bicha sigue escupiendo hojas como si no hubiera mañana, pasando del pobre hombre, que ya empieza a gotear sudor por la frente.

Vuelve a sentarse frente a mi, tenso, mirando a la pantalla y cogiendo el ratón lleno de mugre antes de sentarse. «Un segundillo, que esta a veces se pone tonta y no sabe ni lo que hace», «no se preocupe -le digo- le entiendo perfectamente». Y suelta una sonrisilla cómplice, pero sin mirarme, atentísimo al monitor del ordenador. Suena el Enter otra vez y aquello empieza a rugir nuevamente. La silla de ruedas golpea sobre el pladur de la ofi y en segundos está frente a la impresora otra vez. Yo ya me giro para ver qué suelta esta vez ese infame aparato, intuyendo lo peor.

«Joder, es que no me hace ni caso…». En ese momento entra un nuevo cliente, y desde fuera de la pecera se empieza a hacer una idea de lo que pasa ahí dentro. Han pasado ya diez minutos desde que puse el billete encima de la mesa.

Pasa otro rato, el tiempo que tarda en medio ordenar las hojas que la impresora ha soltado, cargar la bandeja con folios nuevos y apretar alguna tecla más, vuelve al ordenador para volver a intentarlo, pero yo me pongo de pie. «Mire -le digo- no me hace falta el recibo, nos fiamos el uno del otro, ¿vale? Apúntelo con boli junto a los datos que tiene sobre mi en su agenda y ya está». «¿Lo siento, eh? Es que a veces uno no sabe qué hacer con estos trastos», me dice entre apurado y liberado, más esto último. Le sonrío, me levanto y le doy los buenos días.

Y me largué.

Sin el recibito.

Hoy me he topado con un post que hacía referencia a esta cafetera, a la que muchos de vosotros estareis acostumbrados a ver en cientos de cocinas.

Pocos diseños han sobrevivido tanto el paso del tiempo como este aparatejo, la Bialetti Moka Express, diseñada por Alfonso Bialetti nada menos que en 1933. Como dice el post, todo un «milagro de diseño, simplicidad y longevidad: sin filtros, sin cristal, sólo café, agua y llama».

Para tristeza de muchos de nosotros, cada vez nos encontramos con menos ejemplos de diseños que aguanten el irremediable paso del tiempo, ni siquiera los coches, grandes ejemplos de diseño duradero, han resistido el avance del diseño plastificado.

Los japoneses lo llaman Wabi-sabi (el viejo terremoto.net tiene desarrolla este concepto), que puede ser descrito como esa agradable estética que transmiten algunos productos cuando envejecen con el paso del tiempo, hacerse mayor con dignidad.

Échale un vistazo a las cosas que posees, tendrás mucha suerte si tienes algo que tiene más de 5 años. El diseño de hoy en día, es diseño de un par de años. El triste resultado de una sociedad que necesita consumir y cambiar constantemente, siempre insatisfecha.