Internet. Tecnología. Personas. Desde el 2001.

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Si alguna vez has comido en un restaurante chino o japonés seguro que al menos has toqueteado la botellita de soja que acompañaba la mesa. Tal vez alguna vez también te hayas dado la vuelta cuando viste pasar alguna musculosa Yamaha por las calles de tu ciudad.

Kenji Ekuan fue el diseñador que andaba detrás de estos productos y falleció recientemente a la edad de 85 años. Únicamente el diseño de la botella de soja le llevó la friolera de 100 prototipos distintos.

Nacido en Tokio, fue testigo directo de las bombas de Hiroshima, y probablemente esta visión le llevó a tener una vida de lo más interesante.

Aún recuerdo cuando, de pequeño, lograba subir a lo más alto de las torres de periódicos que ocupaban un rincón de su estudio. Aquellas columnas tenían alturas que, para los pequeños de la casa, suponían todo un desafío… En realidad, entrar en su estudio ya lo era: sólo ahí podías encontrar el rotulador que pintaba de una forma diferente, exóticas herramientas de trabajo o revistas en cualquier idioma, allí siempre olía de forma diferente. Era sin duda el lugar más inspirador de la casa, ahí fue también donde conocimos Internet. Quién iba a suponer que esa entelequia sería, con el tiempo, lo que nos daría de comer.

Llevó con elegancia una variedad de sombreros profesionales, fruto de su inagotable curiosidad y ansia por conocer. Ahora, echando la vista atrás, uno empieza a ver un montón de conexiones entre lo que a él le pasaba en su(s) profesion(es) y lo que nos pasa a muchos de nosotros. Supongo que será normal. Pero pensé que hacerle unas preguntas a él directamente y compartirlas aquí sería buena idea. Me lo disfruten.

Os presento a mi padre: Julián Leal.

Aunque te dedicabas al periodismo, muchas veces andabas metido en temas de maquetación de revistas o periódicos. ¿De dónde surge ese interés?
Julián Leal: En realidad, antes de ejercer el periodismo literario como redactor de un periódico, mi actividad laboral fue la de confeccionador o diagramador. Desde bien pequeño me gustó el dibujo y creo que tenía aptitudes, aunque por desgracia no pude encauzarlas. Mi sueño era ser arquitecto, pero hube de conformarme con ser delineante de construcción. Durante un corto tiempo trabajé tangencialmente en ese campo. Tal vez esa inclinación hacia el plano  artístico fue lo que me permitió trabajar en el departamento de confección del diario HOY, en Badajoz, a raíz de su modernización, cuando dejó atrás la tipografía clásica para adoptar la composición fotomecánica y la impresión en offset. En 1974, cuando se implantó esta tecnología era el periódico más avanzado del país. Entonces había que hacer una maqueta o diseño de cada página para ajustar los textos. Se permitía cierta libertad a la hora de presentar las informaciones, especialmente los reportajes. Poco a poco, me fui introduciendo en el diseño gráfico, un campo apasionante que tuve la oportunidad de abordar en sus mas variadas facetas; publicidad, cartelería, imagen corporativa…Fueron pocos años, pero muy intensos y enriquecedores.

¿Hubo alguien que te mentorizara o te enseñara esta labor?
J.L.: La verdad es que en hace 40 años este mundo era nuevo y desconocido. No había experiencia, al menos en el campo de la prensa diaria y todavía menos en las provincias. En los medios escritos, sólo las  revistas de información presentaban sus páginas bajo unas pautas  más o menos atractivas de diseño gráfico. Este, por entonces, tenía más aplicación en las agencias de publicidad, pero se iría extendiendo y afianzando a las publicaciones. Algunas hacían verdaderos alardes de creatividad a la hora de mostrar sus contenidos. Yo aprendí mucho de la observación de lo que se hacía en esos medios y en la medida de lo posible trataba de aplicarlo en el periódico. Recuerdo que sacábamos un suplemento los fines de semana, que se llamaba Seisysiete, al que intentaba trasladar las ideas que captaba. La verdad es que sin apenas medios logramos unos sorprendentes resultados.

A día de hoy, por suerte o por desgracia, nuestra principal herramienta de diseño es el ordenador ¿Cuáles eran tus principales herramientas de trabajo? ¿Alguna a la que le tengas especial cariño?
J.L.: Los ordenadores eran entonces pura ciencia ficción. Todo se tenía que realizar a mano, con unos instrumentos muy elementales y rudimentarios. Lápices, rotuladores y reglas. Con estos materiales tenías que dar a la maqueta una apariencia aproximada de la que tendría en la realidad, Se partía de una plantilla pautada en la que, a tu criterio y gusto, ibas organizando titulares, fotografías y demás elementos gráficos y distribuir el texto en las columnas. Para ello había que calcular cuantas líneas habría de ocupar la parte literaria, para lo que era obligatorio utilizar una calculadora. El número de caracteres de una línea de texto mecanografiado se multiplicaba por el número de líneas para obtener así el total aproximado de caracteres. Dividido este por las matrices de una línea de texto tipográfico daría el número de líneas de texto. El tipómetro era la herramienta principal. En él se señalaban la altura o longitud que tendría una línea de un determinado cuerpo. Esto no era exacto, de ahí que a la hora de montar los columnas hubiera que cortar unas veces o ampliar las fotografías para ajustar.

¿Cómo explicabas este trabajo que hacías para quien no sabía sobre la materia?
J.L.: Puedes imaginar, por lo que he dicho, lo difícil que era hacer entender ese trabajo a quien no tuviera ni idea. Era realmente complicado. En la carrera de periodismo la asignatura de diagramación era la más odiada por los estudiantes.

¿Cuál es el trabajo del que te sientes más orgulloso?
J.L.: Es difícil hacer memoria porque ha pasado tiempo y han sido muchos los trabajos. Pero creo que de todo lo que hecho lo más satisfactorio para mi fue el que se me encomendara el diseño gráfico en la Editora Regional de Extremadura. Me tuve que encargar de todo, desde la realización del logotipo hasta la elaboración de los identificadores de las colecciones y las portadas de los libros, pasando lógicamente, por la diagramación de las publicaciones. Todo se tenía que hacer de forma manual, a base de compás, rotring, letras adhesivas transferibles (letraset) y mucha imaginación. Creo que conseguir imprimir una identidad y una imagen que sorprendió. Si, me siento muy orgulloso de ese trabajo hecho de manera artesanal que visto ahora hasta a mi me sorprende. Esto me ofreció nuevas oportunidades y tuve muchos encargos de diseño de logotipos, revistas, etc. Fueron dos o tres años de gran actividad.

¿Cómo fue la transición al mundo digital? ¿En qué momento dejaste de hacer esto y cuáles fueron tus sentimientos hacia la progresiva desaparición de esta labor?
J.L.: La transición al mundo digital la viví ya en otras funciones. Al acabar la carrera de periodismo pasé a la redacción de calle del diario como redactor . La introducción de la informática simplificó y estandarizó el diseño. Se contaba con un modelario de páginas preconfigurado en el que no era posible introducir modificaciones. Se escribía sobre esa plantilla ajustándose a sus parámetros. El diseño gráfico queda para algunos especiales pero ya no es algo que llame la atención, salvo excepciones.

¿Hay algo que te gustaría hacer ahora que no hayas hecho antes?
J.L.: Tengo entre manos una novela. Llevo escritos algunos capítulos, pero actualmente la historia se me ha quedado atascada porque no me dedico a su desarrollo con regularidad. Por otro lado me siguen llegando encargos de diseños. Me gusta seguir entretenido en este campo, ahora ya con ordenadores. Me divierte y estimula mi imaginación.

Gracias, papá, por todos estos años de curiosidad.

La primera vez que vi Blade Runner (con Terminator también me pasó) me quedé fascinado por la forma en la convivía la tecnología con los escenarios apocalípticos de la película – distopía, es su nombre correcto -. En un mundo tan hecho polvo me sorprendía ver cómo aún podían sobrevivir esos cacharros tecnológicos, llenos de polvo, mugre y arañazos.

En el fondo, me gusta ser testigo de ese envejecimiento tecnológico, los desgastes, los arañazos, o los golpes son cicatrices que cuentan la historia individual del gadget, cómo se han criado contigo. Suelo conservar un buen puñado de ellos, con sus correspondientes heridas de guerra pero aún funcionando, desde Nintendos a viejos Nokias o ratones «de época» y me gusta contemplarlos y pensar en ese período en el que estuvieron funcionando conmigo. Una suerte de Wabi Sabi tecnológico, como el atractivo que tiene la madera o los coches cuando envejecen.

Pero, a pesar de que los gadgets no nos duran más de dos años seguimos obsesionados con protegerlos y cuidarlos al máximo: antiarañazos, antigolpes, fundas… La culpa la tiene, sin duda, el desorbitado precio de estos aparatos, aunque hay quien prefiere arriesgarse y dejarlos tal y como vienen de fábrica, y que el propio paso del tiempo les vaya dando su propia personalidad.

Me sorprende la reacción de la gente cuando vuelve a tocar aparatos que no tienen más de 4 ó 5 años. Los vemos como objetos del pasado y los tocamos con cierta melancolía, pensando que tienen más años de los que realmente acumulan. Nuestra memoria a medio plazo con respecto a los objetos tecnológicos es asombrosa. Aún nos asombramos cuando nos cuentan que el iPad sólo tiene 4 años de vida.

Más allá del color del botón, del comportamiento del hover, de la estructura, del modelo de navegación, de la arquitectura de información, de las animaciones… hay una cosa más importante, que muchas veces dejamos en un segundo (o tercer) plano. El mundo digital, en general, es pura lectura, Internet consiste básicamente en LEER.

Esto quiere decir básicamente que nos dejamos llevar por los literales, por las confirmaciones, por los mensajes de error, por los emails que recibimos… No te equivoques, no son los colores, las líneas, los degradados o los aspectos más visuales (ayudan, pero son sinérgicos).  Lo que nos ayuda a tomar la decisión de seguir en una web es, sobre todo, la confianza que nos transmite lo que leemos.

Y si no empiezas a preocuparte de esto que muchas veces llamas «chorrada» tu producto dejará de tener sentido. Empieza a prestarle atención a ese diálogo que debería generarse entre entre la pantalla y tus usuarios. Porque ahí dentro está la esencia del famoso Internet.

La proliferación de «perfiles orquesta» en el sector digital empieza a tomar tintes de comedia. De un tiempo a esta parte han surgido casi de la nada expertos en todo, de golpe: desde el Marketing, al SEO, el CM, la Analítica, el Entrepeneurship o el UX, cómo no. A veces pienso en cómo diablos ha llegado esta gente a tener semejante formación en tan poco tiempo.

Personalmente creo que este tipo de perfiles generan más rechazo que interés: cuesta creer que uno tenga expertise en tantas áreas de conocimiento al mismo tiempo. Ya lo dice el refrán además. Pero aquí sólo me voy a centrar en los que se dedican a lo nuestro: UX.

Después de varios años dedicándonos a la formación, y revisar decenas de perfiles uno llega a identificar varios patrones:

  1. La gente que hace UX y que no se da cuenta o no sabe que lo está haciendo. Es gente que suele desempeñar muy bien su trabajo y que siente que hay algo que se está perdiendo y que debería conocer. Cuando conoce el sector descubre que está «donde debería haber estado hace un tiempo». Debe ser una sensación tremenda, de repente, encontrar tu rol profesional y ver que hay gente haciendo lo mismo que tu.
  2. La gente que automáticamente se coloca la medalla y UX, cuando en realidad hace sólo un 10% o un 20%. Es gente que está muy al día de todo lo que se cuece en el sector digital y que es consciente de que a día de hoy la etiqueta UX tiene demanda. Luego en el día a día, aunque hay de todo, suelen andar flojos en cuanto a desempeño. Es más la la fachada que otra cosa.
  3. El tercer grupo está formado por gente convencida, casi enamorada de esta profesión, que sabe lo que quiere y que desean ser buenos en esto. Por suerte hay un buen puñado. Suelen tener un pasado laboral de lo más variopinto y esa multidisciplinariedad les da visión y valor.

Pero, más allá de la etiqueta que te pongas, hay dos aspectos clave en esta profesión (aunque sea extensible a cualquier profesión, pero al ser la nuestra tan emergente no está de más recordarlo):

La primera es la actitud: Hasta qué punto te interesa tu trabajo. Creo que para ser un buen profesional en el mundo digital tienes que ser curioso, inquieto, cuestionarlo todo y tratar de ir más allá de lo que ya conoces para obtener las respuestas «a lo desconocido». Hay una frase que ilustra a la perfección esto que digo: Un buen profesional siempre busca estar en la reunión anterior en la que se encuentra.

La segunda, un poco hilada con la primera, es *creerte lo que haces*: porque cuando crees en ti y en tu trabajo salen mucho mejor las cosas, desaparecen los temores, las inseguridades y empiezas a ver tu trabajo desde una perspectiva muy diferente. Y automáticamente te cae del cielo un gorro de explorador. Y en nuestra profesión, ese gorro es oro.

Como siempre, bienvenidos los comentarios. En esta casa seguimos alegrándonos de recibirlos, aunque ya estén fuera de moda.

Últimamente ando a la caza y captura de ejemplos donde la función principal de un app o web pasa a un segundo plano y de repente, sin que estuviera planificado, surgen comportamientos naturales de usuarios que la utilizan con otro objetivo: parecido al diseño no incencionado.

Existen numeros ejemplos de tecnológicas que descubren con el tiempo estos comportamientos, algunos son de lo más curiosos:

Wallapop.com: la app para vender cosas de segunda mano es la herramienta que algunos usuarios utilizan para el ligoteo. ¿Quién no estaría dispuesto a ver un cinturón o jersey a la venta a cambio de conocer a la estupenda propietaria que se esconde bajo su avatar de usuario? Hasta el propio anuncio de televisión menciona este comportamiento.

Idealista.com: aparte de para comprar o alquilar, el portal inmobiliario sirve para el vecino curioso que siempre ha estado intrigado por ver la casa del que tiene enfrente. Una forma anónima de conocer los muebles, la distribución o incluso detalles personales del inmueble.

– Las Zalando parties: la web ha descubierto que se forman fiestas alrededor de su servicio de envío y devolución gratuito. Las adolescentes se juntan en un salón para darle al botón comprar sin temor a equivocarse, aprovechándose de que los envíos y devoluciones son gratis, pidas lo que pidas. Otro dato curioso es que la gente, para acertar de pleno con un producto, pide las tallas por encima y por debajo de la suya. Lo que no es de tu talla se devuelve y punto.

– Esta otra me encanta: cuántas veces has pasado minutos y minutos viendo los avatares que tus contactos se ponen en WhatsApp? Una forma anónima y discreta de explorar las aficiones, los gustos o de conocer a la pareja de la gente que está entre tus contactos.

En el fondo creo que toda app/web tiene escondido algún tipo de comportamiento oscuro… Este blog todavía se sigue alegrando cada vez que alguien aporta algo 🙂