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Cada vez que veo un un negocio donde se promocionan como «express» o «rápido» me pregunto el porqué de este reclamo. Con el cronómetro en la mano, dudo que haya mucha diferencia de tiempo si realizo la misma compra en una tienda «express» que en una tienda «normal». Es más, creo que si alguna vez me encuentro con una tienda donde su claim sea «lento» o «tranqui» en lugar de «express» o «rápido» y las tenga frente a frente, entraré sin pensarlo en la primera, en la «tranqui». ¿No daría buen rollo encontrarte algo así?

Veo lo lento como algo artesanal, bien madurado, hecho con mimo y atención, da igual lo que sea: una tienda, una consultora, un restaurante o un supermercado. Lo rápido, me parece tóxico, negativo y chapuza y nos induce a llevar una vida similar.

Sentirte bien tratado no puede llevar la etiqueta «rápido», todo lo contrario. Habrá negocios a los que le interese despachar a cuanta más gente mejor, donde lo que importe sea hacer caja sin preocuparse en absoluto de si volverán a pasar por ahí otra vez. Yo confío en que los que apuestan por el enfoque inverso son los grandes triunfadores de este nuevo mundo. Y a ellos les aplaudo y les felicito.

Voy a empezar por lo que me toca, y prometo no volver a incluir palabras como rápido, express o similar en cualquier propuesta que genere. El cariño lo primero.

Y por cierto: si alguien abre una peluquería o un banco «lento» que me avise, que me hago cliente. Bueno de la peluquería no…

Actualizo: me viene a la cabeza este post que escribí, que hace referencia a lo mismo pero en Internet. Cuánto nos queda por aprender: Bajar a 33rpm: el movimiento lento en Internet

En un mundo donde la toma de decisión de compra es tan volátil, con fuentes de información donde poder informarte sobre la calidad de un producto o servicio disponibles en cualquier sitio y momento, con profesionales del sector y usuarios particulares dispuestos a ofrecerte su opinión, no deja de sorprenderme que aún se siga utilizando en publicidad una técnica tan poco ética, fuente inagotable de problemas entre proveedores y clientes insatisfechos: hoy vamos a hablar de la (maldita) letra pequeña y del querido concepto «Desde».
La publicidad y técnicas afines como el marketing, según las veo yo (y que me corrija quien sepa más de esto), son prácticas que tratan de captar la atención de las personas y convertirlas, a través de recursos y creatividades, en potenciales clientes de un determinado producto o servicio. Para ello, se emplean desde ingeniosos copies a estrategias o campañas fuera de lo común, o diseños transgresores, que traten al fin y al cabo, de captar nuestra atención y que saquemos la cartera.

No cabe duda de que en la conciencia de muchas empresas está cada vez más presente el tratar de entender las necesidades de los clientes y ofrecer una atención y un servicio impecables. Personalmente, veo a Zappos.com, Threadless.com o Dropbox.com como grandes estandartes de esto que estamos hablando. Quien haya probado alguno de sus servicios sabrá de qué estoy hablando.

Sin embargo, aún nos toca soportar un montón de formatos publicitarios que, por mucho que lo maquillen, lo único que persiguen es (seamos francos) engañar, ofreciendo algo que no existe y ocultando la información que realmente a nosotros, como potenciales clientes, es lo primero que nos interesa saber. Y un perfecto ejemplo de esto son los carteles publicitarios que tenemos en nuestras carreteras.

Veamos el siguiente ejemplo, donde una compañía aérea me ofrece vuelos a Madeira por un módico precio: 99’30€ del ala:

Desde la vía, cualquier persona podrá encontrar ese precio interesante y, en caso de que esté planeando unas vacaciones y esté aún buscando destino, hasta se tome la molestia en realizar una búsqueda en la web de esta compañía para encontrar ese precio, o igual lo comenta con la persona que viaja a su lado: «joder, qué buen precio, Carmen». Pero si, como yo, tiras del freno de mano de tu coche y te paras a observar los detalles, verás que para nada es oro lo que en ese cartel reluce:

Y aquí os presento a Doña Madre del Cordero: en realidad el precio incluye el diabólico concepto «Desde» y no sólo eso: además es «por trayecto», por lo tanto, el precio te sale como mínimo justo al doble (a no ser que quieras empadronarte en esa isla). Si me apuráis, intuyo que incluso en función del aeropuerto de salida el precio cambiará notablemente.

Y ahora tan sólo unas preguntas, dirigidas a ti, querido empresario, que has dado el ok a esa campaña:

  • ¿Te imaginas la cara del que haya entrado en tu web y se haya molestado en realizar esa búsqueda? Haz el esfuerzo por ponerte en su lugar.
  • ¿Y qué me dices de aquel que aún no tiene Internet y se molesta en ir hasta una agencia de viajes? ¿Cuál crees que será su gesto tras salir de la agencia?.
  • ¿Te puedes hacer una idea de su opinión sobre tu empresa tras conocer todos los detalles de «la oferta» que tan hábilmente ocultas en el cartel publicitario? ¿De verdad crees que te recomendará?

Y para terminar, un pequeño consejo al que supongo no prestarás la más mínima atención:

Ganar clientes a día de hoy pasa por ser honesto y transparente desde el minuto 1. Precisamente lo que tratas de ocultar es lo primero que tienes que mostrar. El «Desde» y el «Por trayecto» tendría que ser casi más grande que el precio, como mínimo estar adaptado al contexto en el que lo publicas: desde una carretera a 70km/h es imposible leer lo que pone, y tirar del freno de mano no es algo que todo el mundo hace para leer algo desde la carretera. No hay nada más frustante que hacer perder el tiempo a quien puede estar interesado en lo que ofreces.

Pero supongo que todo seguirá igual, al menos de momento, hasta que esta crisis de órdago que estamos atravesando nos empiece a poner en su sitio a todos y empecemos a llamar a las cosas por su nombre, con todos los detalles, como a cualquiera le gustaría que fuera.

A partir de hoy, lo dicho, declaro mi batalla personal a la letra pequeña.

Cada vez que ando por un aeropuerto o paseo por un puerto marítimo importante no puedo evitar fijarme en ellos: pequeñitos, ágiles, muchos con aspecto de tener muchas horas de trabajo a sus espaldas y siempre disponibles, haga bueno o haga malo, esté la mar o el cielo como esté. Desempeñando su actividad como pequeñas hormigas.
En un aeropuerto la sombra del avión les hace pasar completamente desapercibidos, ni siquiera los vemos mientras nos remolcan fuera de la zona de embarque, pero ahí están, moviendo continuamente aparatos de toneladas, cientos de veces más grandes que ellos:

En un puerto pasa lo mismo. Son barcos anodinos, el lustre y majestuosidad de cargos y cruceros no admite comparación con la imagen de estas embarcaciones ajadas y curtidas, dispuestas a echarse a la mar siempre, esté como esté:

Y enseguida me saltan las analogías y pienso en la figura del consultor, cualquiera que sea tu especialidad. Aquí somos un poco igual: remolcadores de nuestro tiempo. Juntándonos a grandes estructuras, con muchísima potencia y músculo pero incapaces de hacer ciertas cosas de forma independiente. Nos unimos a ellas temporalmente y tratamos de darles todo el apoyo y sinergia posible, buscando el éxito de cualquiera que sea el proyecto.

Nuestro rol es transparente, desapercibido cuando todo está acabado, no lleva ni nuestra firma, pero sabes que, de alguna manera, estás ayudando a miles de personas a que el mundo funcione mejor. Como los remolcadores que apenas apreciamos y que diariamente, sin parar, están ahí ayudando a que las grandes estructuras se muevan por el mundo.

Si eres de los que está trabajando por cuenta ajena, pero no acabas de encontrar tu sitio, si no paras de darle vueltas a la idea de montártelo por tu cuenta para ofrecer lo que sabes hacer de forma independiente, igual deberías pasarte por estas líneas.

Curiosamente, en esta época tan complicada, escucho con frecuencia a gente con ganas de dejar su puesto de trabajo actual y trabajar de forma autónoma. La decisión no es nada fácil: dejar tu trabajo para lanzarte a lo desconocido impone, sobre todo si tienes una hipoteca, hijos o compromisos familiares de cualquier índole.

Simplemente me ha parecido buena idea compartir mis primeros pasos, la experiencia que yo mismo viví para que quien se encuentre en esta situación tenga algo más en lo que apoyarse. El otro día miré el calendario y ya son 4 años en este plan, que se dice pronto…

Al lío:

  1. Comparte tu intención con amigos y conocidos del sector que ya hayan dado ese salto. Su experiencia te puede dar poderosas pistas para afianzar tu decisión. Otros muchos te dirán que te equivocas, que no es el momento (nunca lo es, ten eso en cuenta), pero si estás realmente motivado este tipo de opiniones no hará más que confirmar aún más tu noble decisión. No te desanimes por el feedback negativo, ¡recoge sólo positivo!
  2. Planea fechas, aunque sea mentalmente. Establecerte como independiente en Julio probablemente no sea la mejor de las ideas, verano a la vuelta de la esquina, horarios intensivos en las empresas (futuros clientes), y empiezas el año fiscal a medias, lo que implica que al año siguiente no tienes referencias completas sobre cómo te fue el año anterior. Lo mejor es arremangarse en Enero. Aunque en septiembre, con la vuelta al cole, tampoco está nada mal.
  3. Montar tu entorno de trabajo es más sencillo de lo que parece: Una mesa grande, silla, portátil, pantalla extra si tienes y conexión es más que suficiente para empezar. Lo demás irá llegando a su debido tiempo (aunque pensándolo bien no te hace falta mucho más…¿Impresora?). Eso sí, en cuanto tengas claro que quieres seguir por este camino plantéate dos cosas: una buena silla, es una inversión si no quieres acabar con hombros y brazos destrozados, y una cuenta Dropbox Pro, algo maravilloso si no quieres comerte la cabeza con copias de seguridad, envíos pesados, etc…
  4. Deja la empresa para la que trabajas por cuenta ajena dignamente, sin malos rollos: A veces los primeros proyectos te pueden llegar por dicha empresa. No tengas prisa por marcharte, deja todos los cabos atados y tu trabajo terminado antes de cerrar la puerta. Avisa incluso antes de lo estipulado por convenio, te quedarás más tranquilo y aunque pienses que te pueda perjudicar en realidad consigues el efecto contrario.
  5. Tener url y dominio propio, actualizar tu web y postear con frecuencia en tu blog no te garantiza nada, pero ayuda a posicionarte dentro del mercado y mantiene tu mente fresca y activa. Si no eres de blog necesitarás al menos tener bien montado tu perfil en LinkedIn. Unas tarjetas también pueden venirte muy bien en momentos muy oportunos.
  6. Prepárate para días muy muy muy intensos y días de calma chicha. Aprovecha esos días de calma para avanzar en lo que realmente quieres hacer a largo plazo. Ten en cuenta que el mundo avanza y tú tienes que hacerlo conforme lo hace él. De otra manera lo que ofreces caducará. Estrategia, la que quieras, pero ten TU estrategia.
  7. Un buen contable te quitará dolores de cabeza y te dejará tiempo para centrarte en tu proyecto personal. No trates de asumir tú este trabajo si no lo entiendes perfectamente. No lo asumas como un gasto, sino como un favor que te haces a ti mismo. Bebe menos cervezas o no vayas tanto al cine.
  8. Si con el paso del tiempo ves que la cosa mejora tarde o temprano te tocará plantearte: montar algo más grande y empezar a contratar gente o asociarte con más gente que tenga una visión vital y empresarial parecida a la tuya. Personalmente creo que tener un socio es mucho más positivo.
  9. La historia de cada uno es un mundo. No tomes nada como referencia, dejarse llevar es parte importante de esta estupenda travesía. Cuanto menos pienses las cosas mejor te irá. Pensar menos las cosas no significa estar como una cabra e ir en plan suicida.
  10. Y un último apunte: marcarte retos de lo que quieres llegar a ganar no hace más que angustiarte. Échate para atrás en tu silla, ponte cómodo y disfruta. Al final del año, cuanto toque cerrar cuentas con el fisco, revisa de forma más detenida a tus cuentas. De la otra manera tendrás siempre esa presión innecesaria de cuánto quieres ingresar.

Cuanto más leo sobre Jasper Maskelyne, más me cuesta asimilar su asombrosa capacidad. Para los que no conozcan a este señor, Maskelyne fue uno de los magos más famosos del siglo pasado, un auténtico especialista en la creación de ilusiones ópticas. Se dice que gracias a él Los Aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial.

«Denme libertad y no habrá límites para los efectos que puedo crear en el campo de batalla. Puedo hacer cañones donde no los hay y lograr que disparos fantasmas crucen el mar. Puedo colocar un ejército entero en el terreno, si eso es lo que quiere, o aviones invisibles; incluso puedo proyectar en el cielo, una imagen de Hitler sentado en el escusado a miles de pies de altura».

Con el tiempo, Jasper logró reunir a un equipo de «soldados» de lo más pintoresco: pintores, dibujantes, carpinteros, vidrieros, químicos, ceramistas, ingenieros, electricistas,… Y así hasta 14 hombres, conformando una banda que con el tiempo se conoció como la Magic Gang.

Una de las ilusiones más sonoras fue la de revivir el acorazado Graf Spee, utilizado por el ejército alemán y hundido en diciembre del 39 en aguas próximas a Uruguay. El acorazado apareció un día remontando las águas del Támesis, gracias a una ilusión óptica creada por Maskelyne a través de (no se lo pierdan) globos y espejos.

La historia de Maskelyne me lleva irremediablemente a pensar en la profesión del que se dedica al diseño web (cualquiera de sus múltiples vertientes), en la capacidad de crear efectos a través de una simple pantalla, jugando constantemente con metáforas e ilusiones para tratar de que las expectativas iniciales generadas por los usuarios coincidan con la experiencia real tras usar esa interfaz que has definido. Obviamente esta labor no conlleva la logística que Jasper y su equipo tenían que movilizar para emprender cualquier tipo de proyecto, pero veo en todas esas metáforas, animaciones, texturas, apariencias y transiciones en las que uno trabaja diariamente muchas similitudes. Somos unos magos de nuestra época: simulamos procesos de compra virtuales, trasmitimos cercanía enviando un mail, pero es algo enviado por una máquina automáticamente, gestionamos música que no poseemos, hablamos, escribimos… Pura artesanía web, distribuyendo píxeles para crear ilusiones ópticas.

«Después de la Batalla del Alamein, la Magic Gang fue disuelta y sus miembros fueron dispersados en distintos destinos. Jasper Maskelyne siguió trabajando en sus ilusiones hasta finalizar la guerra pero ya en pequeños encargos (camuflajes para tanques, minas camufladas, etc). Ningún miembro del equipo de Maskelyne, ni el propio Jasper, jamás fue condecorado por su contribución a la victoria en El Alamein y, tras finalizar la guerra, regresó a Inglaterra.» .

Algo que en muchas ocasiones también sucede en esta profesión: cuando todo funciona correctamente nadie se manifiesta, es algo tan transparente y obvio que te olvidas de pensar en quién ha definido esa interfaz que tienes delante, que funciona tan bien. No quiero ni imaginarme cuál habría sido el destino de la Magic Gang si hubieran fracasado en algunos de sus proyectos. En esta profesión al menos no hay ninguna amenaza militar evaluando tu trabajo… Al menos de momento.